No entraba dentro de mis intenciones quebrantar la ley por una deducción obtenida de unos dibujos poco claros. Además, ni siquiera era la hora que aparecía en el reloj, por lo que, llegado el caso y si la ocasión lo requería, podría visitar el reloj más tarde aprovechando el escaso control.
Caminé en dirección al grupo. Al alcanzarlo, el guía se percató de mi presencia.
─ Bienvenido a la visita ─saludó un hombre de unos cincuenta años, de pelo completamente gris, algo pasado de peso y unos incisivos prominentes-, como le decía al resto del grupo, nos encontramos en una zona de trabajo dentro de la torre del reloj, cuyas obras se iniciaron en 1843 y concluyeron en 1859. Es en esta zona…
Aunque el tono del guía era agradable y sé apreciar los contenidos culturales e históricos que iba desarrollando, mi atención pasaba rápidamente del discurso hacia las caras del variopinto grupo de visitantes, por si fuera a descubrir la presencia de mi amigo entre ellos.
─ La altura de la torre es de 315 pies, correspondiendo los primeros 200 a la estructura de ladrillo y los otros 115 pertenecen al chapitel de hierro fundido.
Noté que el ujier encargado de la visita me observaba mientras emitía su mecánica retahíla. Por mi parte, yo cada vez me encontraba más nervioso y hacía menos caso a sus palabras.
El grupo abandonó la sala y se dirigió hacia la escalera que llevaba a la puerta que conducía a la sala del reloj. Tras acceder al nuevo espacio observé como en una posición elevada se extendían los mecanismos de cuatro relojes enfrentados. Cada reloj estaba compuesto por cuatro engranajes diferentes que convergían en un punto.
El ujier, que vestía el traje ceremonial que usan dentro de la cámara de los Lores, comenzó a dar datos sobre la precisión del mecanismo, su peso y los materiales que lo componían.
Continué observando el lugar donde confluía el mecanismo de los relojes. El acceso a ese lugar se encontraba protegido por una valla metálica de color verde trébol. En el extremo opuesto a donde me encontraba, la valla contaba con una puerta. Forcé la vista y cambié de posición varias veces hasta comprobar que ésta contaba con un robusto candado.
En el interior del espacio, se podía ver una caja de madera con las iniciales GTW pintadas en rojo en un lateral. Podría aquello pertenecer a Holmes y las letras corresponderse con Give To Watson (Dar a Watson, en castellano).
─ Discúlpeme ─la voz del ujier me sacó de mis cavilaciones-, no he podido evitar
observar que no está apreciando el tour. ¿Hay algo que no resulte de su agrado?
El hombre se había acercado a mi y estaba usando un tono de voz bajo, mientras el resto de participantes en la visita contemplaba el interior de la sala.
─ Lo siento ─expliqué-, llevo días sin tener noticias de un amigo y pensé que podía
encontrarlo aquí.
─ ¿Y ha tenido suerte? ─preguntó.
─ Me temo que no.
El ujier se fijó en mi bastón y me contempló con una expresión de condescendencia en el rostro.
─ Le propongo una cosa ─. Puesto que no está interesado en la visita, váyase a tomar el aire y venga en media hora. Podría describirme a su amigo, quizá le haya visto o quizá pueda verle. Resulta ciertamente desconcertante tenerle en la visita tan ausente.
Seguí la indicación del ujier y salí con cierta angustia, ya que el tiempo continuaba avanzando y no conseguía encontrar a mi amigo.
Además, volvía a abrirse una duda ante mí. Quizá la ayuda del ujier pudiera servirme para encontrar a Holmes. Sin embargo, la cita con el ujier me alejaba de aquella caja de madera con aquella inscripción que me pedía ser abierta.
Si decides acudir a la cita con el ujier, pulsa aquí.
Si decides intentar colarte en la sala del reloj, pulsa aquí.