Cuando salí de nuevo a Parliament Square, la idea de que Holmes había desaparecido para siempre volvió a mi mente. El miedo que me atenazó esta mañana y que me hizo violentar la intimidad de mi amigo irrumpiendo en su dormitorio, en busca de indicios sobre su paradero, había regresado.

Caminé y caminé durante los treinta minutos más largos de mi vida. Sin embargo, en varias ocasiones me vi tentado a no visitar al ujier, pues la cita carecía de sentido. Si Holmes hubiera dispuesto algo para mí, el ujier me lo habría dado al oír mi nombre.

Reconocí a la mayoría de los miembros del grupo que salió de la torre y me propuse a entrar. En el hall de entrada me esperaba el ujier.

– Sígame, por favor.

Acompañé al funcionario a un cuarto, con el cartel de privado en la puerta, que resultó ser el vestuario.

– Bueno –dijo-, mi jornada laboral ha concluido por hoy.

Comenzó a desabotonarse la chaqueta, lo que me incomodó.

– El ujier titular me debe un favor –explicó, y dicho esto se quitó la chaqueta por completo.
– Si va a desnudarse –comenté-, le espero afuera.
– No se preocupe –tranquilizó-, puede girarse si es usted tan pudoroso, señor Watson.

Tomé aquellas palabras como un reto. Si bien, no resulta agradable la visión de un hombre en ropa interior, no iba a ruborizarme por ello.

– La verdad es que necesitaba un lugar para pasar desapercibido –dijo procediendo con los botones de la camisa.
– ¿Necesita ocultarse de algo? –pregunté extrañado.

El ujier continuó metódicamente con sus ocho botones. Pasando entonces a guardar su camisa y chaqueta en un taquilla de madera. Al hacerlo observé lo que parecía la empuñadura de un revolver. Sujeté mi bastón con fuerza por un extremo por si tuviera que descargarlo sobre él.

– Ha sido difícil llegar hasta aquí –prosiguió, omitiendo mi pregunta-, pero siento que le debe una explicación.

Comenzó entonces con los pantalones, con aquel aire ceremonioso.

– ¿Y bien? –le pregunté, una vez se los hubo quitado y me parecía más expuesto.
– Déjeme decirle, señor Watson –comenzó-, que me siento orgulloso de tenerle aquí. Imagino que no habrá sido fácil para usted.

Acompañó sus palabras con un gesto que no entendí. Bajó su cabeza y se llevó las manos al cuero cabelludo, tirando hacia atrás.

En un instante, el ujier había perdido su pelo gris y lucía una red que cubría un pelo más oscuro. A continuación usó ambas manos para retirar de su boca unos dientes falsos y unos trozos de piel que, sin duda, le habían ayudado a configurar una cara más ancha.

– Holmes –dije-, nunca dejará de sorprenderme.

-FIN DEL PRIMER CAPÍTULO-

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