En nuestro camino a “The Three Crosses”, pasamos por Hessel Street, donde mi amigo se acercó a dos mujeres que estaban hablando junto a un edificio de viviendas. Al poco, Holmes me hizo un gesto para que me acercara y accedimos, atravesando un olor nauseabundo, a la vivienda de una de aquellas en el segundo piso. Salimos a los quince minutos habiendo cambiando por completo nuestra indumentaria, y nuestra apariencia física, y dejando ropa limpia y de calidad para los maridos de las señoras.
La higiene también hacía tiempo que había abandonado el interior de “The Three Crosses”. Pero mucho antes lo había hecho la esperanza. Un gran poso de amargura y desaliento ante un presente poco gratificante y un futuro incierto se reflejaba en el rostro de las almas que vagaban por aquella taberna.

El bar se abrió en Cable Street frente a la iglesia de Saint Elmo, patrón de los marineros hacía ciento veinte años. Un barrio de reciente construcción al calor de la incipiente industrialización. Pero con el tiempo, las familias acomodadas abandonaron el área que empezó a poblarse de mano de obra sin cualificación, proveniente en su mayoría de zonas agrarias.


El interior de la taberna era amplio. Constaba de cinco zonas separadas por paneles de madera en torno a cada uno de los ventanales, con su mesa y asiento oportuno, y de una barra de veinte pies de largo con varios taburetes.
Ordenamos un par de bebidas y nos sentamos a la mesa que acababa de dejar libre un matrimonio.
Poco tardó en aparecer un caballero que no pasaba desapercibido en el local por su porte elegante, a pesar de vestir con ropas poco mejores a las nuestras, y por su condición racial que podría definirse como una mezcla entre chino e indio.
─ Ese es nuestro hombre ─dijo Holmes en un tono de voz cercano al susurro-, se llama Turi y es el encargado del almacén Richardson’s.

Yo asentí y me calé el sombrero para ocultar mi rostro cuando el hombre pasó a nuestro lado. Turi se acercó a la barra y habló con el camarero. Éste le indicó una mesa alrededor de la cual se sentaban tres hombres y Turi se dirigió a la misma.
─ ¿Queréis trabajo para esta tarde? ─preguntó Turi.
─ Depende ─contestó un tipo delgado.
─ Necesito descargar un barco ─explicó Turi-, se paga lo estipulado por hora. Llegará a las seis de la tarde y para las diez lo quiero todo vaciado.
─ ¿Por qué tanta prisa? ─preguntó un tipo gordo.
─ Aquí las preguntas las hago yo ─cortó Turi-. Además de vosotros, necesito que me traigáis diez hombres más.
─ No se preocupe jefe ─intervino el delgado, mientras el tercer hombre, un tipo calvo y barbudo asentía.
─ Os veo en el muelle número tres, frente al almacén.

Turi volvió a pasar a su lado sin prestarnos atención y salió del local. Holmes volvió a plantearse otra nueva duda. Podían seguirle, comprobar a dónde se dirigía y qué hacía, para después informar a Lestrade, aunque corrían el riesgo de ser descubiertos. Podían tratar de sacar información extra del grupo de hombres que trabajaría en la descarga del barco.

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