Decidí buscar pistas sobre el paradero de mi amigo en el entorno de la torre del parlamento. Ya que después de haber salido de casa a través de los indicios que encontré en casa, no tenía sentido volver otra vez a esperar, sin hacer nada, a que regresara mi amigo.

Recorrí a pie la milla y media de distancia desde el museo. Elegí las avenidas grandes hasta Charing Cross Road, evitando el gentío de las calles del Covent Garden. A esa hora y en esa zona de la ciudad, el tráfico de los Brougham y Berlinas superaba ampliamente al de los carros de mercancías.

Pronto pasé por Trafalgar Square y giré mi cabeza hacía la columna de Nelson, con la vista de la National Gallery de fondo con sus habituales idas y venidas de gentes. Continué en dirección al río pasando por Downing Street. Al lector le interesará saber que el número 10 de Downing Street no estaba ocupado por Robert Arthur Talbot Gascoyne-Cecil, tercer marqués de Salisbury, que a la sazón era primer ministro, sino por su sobrino Arthur Balfour, debido a las incomodidades del edificio y a su deplorable mantenimiento, que hacían de éste un lugar peligroso.

La visión de la Abadía de Westminster a la derecha y del parlamento con la torre del reloj a la izquierda, me recordó el motivo de mi visita. Recorrí tranquilo el jardín de Parliament Square ya que, de ser ciertas mis suposiciones sobre el dibujo de Holmes, tenía tres horas por delante.

La torre del reloj lucía imponente en su estilo neogótico que los arquitectos Charles Barry y Auguste Pugin habían conseguido popularizar al trabajar en la reconstrucción del Palacio deWestminster tras el incendio de 1834. Caminé buscando algún corazón dibujado o tallado en algún lugar, por si allí estuviera el dato determinante que me ayudara a encontrar a mi amigo, cuando me sorprendieron las doce campanadas del reloj.

Aunque no logré ver ningún corazón, observé que un cartel anunciaba visitas guiadas al interior de la torre con motivo del 30º aniversario de su inauguración. En ese momento, comprendí que el corazón del dibujo, lejos de significar la estima que mi amigo se guarda a sí mismo, podría estar referido al núcleo, al centro del propio reloj, por lo que decidí unirme al siguiente tour.

− Buenos días –le dije a la mujer que me atendía al otro lado de un puesto de madera, junto a la puerta de entrada a la torre-, me gustaría visitar la torre.
− Dese prisa caballero –contestó amablemente-, el resto del grupo ha iniciado la ascensión.

Nunca me había planteado si mi estado de forma era el apropiado para alguien de mi edad, pero después de subir los trescientos treinta y cuatro escalones, la respuesta resultó evidente. Casi sin resuello, escuché a mi izquierda las voces del grupo que todavía no se había percatado de mi presencia. Empero, la duda me acechó, ya que a mi derecha una escalera de mano daba acceso al propio mecanismo del reloj. ¿A dónde dirigirme?

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