Holmes propuso acudir directamente a hablar con Lestrade para informarle de lo que habíamos descubierto hasta el momento. Mi amigo no quería que me expusiera a mayores riesgos y él mismo parecía cansado de tener que ocultarse de aquellos criminales.
Lestrade atendió incrédulo a nuestras explicaciones. Sin embargo, los hechos descritos no daban lugar a dudas y acabó por asumir las tesis que le habíamos propuesto.
La operación se organizó de la siguiente manera. Cuatro hombres llegaron a primera hora de la tarde al London Docks en una pequeña embarcación de vela, pasaron la tarde limpiando el casco y vigilando el desembarco del Clipper. Los agentes se encontraban caracterizados con ropa propia de marineros.
Otro grupo de agentes esperaba en una vivienda de Saint George Street. Su labor consistía en vigilar que se produjera un aumento de trabajadores en dirección al almacén Richardson’s, lo que debería servirles como indicador de que el barco había atracado.
El tercer grupo, en el que nos encontrábamos Holmes y yo, disfrutábamos de un paseo en una pequeña goleta por los alrededores de la Torre de Londres pendientes de divisar la entrada del barco en el muelle para cerrar su retirada.
En total, contábamos con veinte agentes armados, preparados para desbaratar los planes de Edward McGregor y su exótico amigo.
La tarde fue oscureciéndose y se dio aviso a varias patrulleras para que informaran si divisaban nuestro barco. Pero, fue en vano. El “Roland” no desembarcó esa tarde, ni durante las dos posteriores semanas en las que se mantuvo un operativo de menor intensidad para vigilar la llegada de mercancía. Del mismo modo, tampoco pudo probarse nada respecto a la muerte de Sir Arthur.

Un mes después, mi amigo y yo pasábamos la tarde en el 221B de Baker Street cuando leí algo en el periódico que rápidamente puse en conocimiento de mi amigo.

–Bueno, Watson –dijo en un tono amargo-, a veces se gana y, está claro, que otras se pierde. Espero que hayamos aprendido algo de todo esto.

FIN DEL JUEGO