− Mire joven –dije lleno de convicción-, he venido a hablar con Sir Edward Maunde
Thompson acerca del robo cometido aquí hace cinco días que sigue sin resolverse. Y, a menos que quiera que yo, personalmente, escriba una carta al Inspector Lestrade denunciándole por impedir la investigación, le ruego que me deje pasar ahora mismo.
− Sí, señor, pase –dijo el agente en un tono de disculpa-. El señor Thompson sigue
dentro.

El interior de la sala número siete continuaba pareciendo, cinco días después, el escenario de un robo. Las piezas se encontraban por el suelo, aunque parecían estar ordenadas siguiendo un orden que no comprendía. Alguna se encontraba situada al lado de su etiquetado, como un adze que indicaba había sido traído de Oceanía y que, por lo que parece, es algo a medio camino entre una azada y un hacha, elaborada muy toscamente uniendo con cuerdas una pieza de metal a un palo curvo.

Había también escudos y armas sin etiquetar, distintos jarrones y ánforas, profusamente pintadas con dibujos geométricos en color negro.

− El Doctor Watson supongo –comentó en tono de pregunta un hombre de mediana
edad que lucía un peinado que separaba su cabeza en dos desde el más escrupuloso centro. De su poblada barba asomaba una pequeña boca que lucía una agradable sonrisa. El hombre vestía con clase un traje negro, y una camisa gris con cuello y puños blancos.
− ¿Perdone?
− Sí, no hay duda –continuó el caballero-. Cuarenta años, lleva un bombín, leve cojera que maneja bien con su bastón y lo suficientemente ingeniosos como para burlar al policía de la entrada que tiene órdenes estrictas de no dejar pasar a nadie. Señor Watson, soy el señor Thompson, supongo que me estará buscando.

El señor Thompson acompasó sus últimas palabras con una extensión de su brazo derecho.

− Encantado –respondí, a la vez que estrechaba su mano.
− Oh, el señor Holmes me ha hablado mucho de usted.
− Precisamente le estoy buscando –interrumpí.
− Sí, me dijo que vendría –contestó acompañándolo con una sonrisa-. Aunque, si he de serle sincero, después de cinco días, empecé a pensar que ya no lo haría.

Las palabras del director me descolocaron. Holmes había previsto que acudiría al Museo buscando al señor Thompson, pero no había sido capaz de avisarme de que iba a ausentarse tanto tiempo.

− Precisamente –prosiguió-, guardo en mi despacho un sobre que me encomendó se lo entregara personalmente.

Sin duda, nunca dejaría de sorprenderme, lo cual, a su vez, me tranquilizaba. Si había sido capaz de hacerme llegar una nota, era porque yo estaba donde él hubiera querido.

Sin embargo, no olvidaba que en aquel lugar se había cometido un robo y mi desconocimiento de los detalles del mismo era absoluto.

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