Estábamos bajo la pista de la tienda de animales y nada nos garantizaba que acudir a un pub fuera a darnos alguna información de interés. Así que, continuamos nuestro viaje durante apenas una milla más.
Johann Christian Carl Jamrach había nacionalizado su nombre al inglés y ahora se hacía llamar Charles Jamrach. Nosotros todavía no teníamos aquella información, y entrábamos en la tienda sabiendo poco acerca de qué nos podíamos encontrar dentro.


Un caballero de edad avanzada elegantemente vestido se acercó con rapidez a nosotros en cuánto abrimos la puerta.
─ Buenas tardes ─dijo, tratando de analizarlos con su mirada-, caballeros. Soy Charles Jamrach, ¿puedo ayudarles en algo?

Por el aspecto que tanto Holmes como yo presentábamos, el señor Jamrach estaba convencido de que estábamos allí para comprar alguno de los extraños animales que se removían en sus jaulas. Seguramente, algún animal del que ni siquiera conociéramos todavía su nombre.
La cercanía de la tienda al Tobaco Dock, el gusto de la gente pudiente por exhibir las adquisiciones más disparatadas y una red comercial por todo el mundo, junto con un par de almacenes, hacían de aquello un negocio floreciente.
─ Deduzco por su leve acento ─comenzó Holmes-, que usted no ha nacido en el barrio.
─ No es mucho deducir ─repuso él.
─ A pesar de que lleva muchos años en Londres y ha aprendido el inglés que se habla en Westminster, apostaría que de niño usted hablaba un peculiar Hamborger Platt.
─ ¿Y a quién tengo el placer de conocer con tales dotes para el reconocimiento de acentos? ─preguntó tendiendo su mano.
─ Mi nombre es Sherlock Holmes ─dijo estrechando la mano de Charles-, y éste es mi ayudante el Doctor John Watson. Trabajamos como detectives para Scotland Yard y estamos aquí en el curso de una investigación.
─ Scotland Yard, vaya ─dijo, con tono de preocupación-, ¿qué ocurre?
─ Estábamos investigando la muerte de Sir Arthur McGregor.
─ ¿Un asesinato? ─preguntó sorprendido-. La familia McGregor, los conozco son buenos clientes. El señor Edward compra habitualmente.
─ Lamento decirle ─replicó Holmes-, que los motivos por los que investigamos al señor McGregor no le deja en buen lugar.
Jamrach se mostró nervioso por las palabras de mi amigo. Me miró buscando confirmación ante lo que había escuchado y yo asentí.
─ Sus palabras me sorprenden ─dijo finalmente-. Hoy mismo ha venido un empleado suyo. Si hay algo que yo pueda hacer para ayudarles.
─ ¿Podría decirnos a qué ha venido ese empleado el día de hoy? ─intervine.
─ Ha venido a hacer el pago de su última adquisición ─contestó-. El señor Turi ha traído el dinero acordado en efectivo.
─ ¡Turi! – exclamó Holmes-. Y supongo que entre los animales que vende hay tigres.
─ Sí señor, precisamente eso fue lo que compraron. Un tigre de Bengala ─puntualizó Charles.
─ Supongo que la compra se realizaría hace seis días, ¿verdad? ─dijo Holmes en tono de pregunta.
─ No ─repuso Charles-, hace seis días se realizó la entrega. Con clientes como el señor McGregor solemos trabajar por encargo. Nos hacen el pedido y, en un tiempo prudencial, satisfacemos sus gustos.
─ ¿Vinieron a por el animal aquí? ─preguntó de nuevo Holmes.
─ La entrega se produjo en el almacén Richardson’s ─explicó Charles-. Pero no entiendo qué mal ha podido hacer el señor McGregor. Hasta tuvo el detalle de regalarme una extraña pieza de artesanía a través de su empleado.

La frente de Holmes volvió a estirarse como ya le había visto en otras ocasiones, hasta casi hacer inapreciable el arco de sus cejas. Pero en esta ocasión me sorprendió, al empezar a reírse.
─ ¿Qué le resulta tan gracioso? ─preguntó Charles mientras buscaba una explicación mirándome, al que respondí con un arqueo de hombros.
─ Watson ─dijo Holmes, dirigiéndose a mí-, acabamos de descubrir los dos misterios que nos rondaban. Quién, o mejor dicho, qué mato al Sir Arthur y dónde estaba la pieza robada del Museo Británico.
En ese momento, quien cambió su expresión por completo fue el señor Jamrach. Había aceptado como regalo una pieza de arte robada de un museo y uno de sus animales había servido para asesinar a Sir Arthur McGregor, probablemente todo ello ideado por el hijo de éste.
─ Esperen un momento ─dijo el señor Jamrach.

Aquel hombre, de baja estatura y prominente bigote, desapareció tras una puerta. Mi amigo y yo observamos la colección de animales que permanecían confinados en pequeñas jaulas. Había algo bizarre en todo aquello, donde se mezclaban grandes animales disecados con otros vivos poco comunes. Jamrach apareció de nuevo portando una caja de madera y un papel.
─ Esta es la orden de entrega del tigre ─explicó, tendiéndonos la hoja-, viene escrita la fecha y lugar de entrega.
Holmes cogió la hoja revisando su contenido.
─ Y aquí ─dijo Jamrach apoyando la caja de madera en el mostrador de la tienda-, está el regalo que trajo Turi el día siguiente a que entregáramos el tigre.

En esta ocasión, fui yo quien se dirigió hacia la caja. Ardía en deseos de conocer el misterioso objeto que había sido sustraído del museo. La abrí, miré su interior y se lo mostré a Holmes.

─ El caso está resuelto ─informó Holmes-. Ahora sólo queda desbaratar los planes que tienen para descargar el opio. Señor Jamrach, ¿podríamos confiar en alguno de sus muchachos para enviar una nota a Scotland Yard?
─ Por supuesto, señor Holmes ─respondió presto y continuó-. Por cierto, no sé si esto podrá servir de ayuda, pero el señor Turi me dijo preguntó si podía contar con un par de mis hombres para descargar un barco.
─ Interesante ─contestó mi amigo.

Holmes recordó entonces la llave que había encontrado registrando la chaqueta de Sir Arthur y la nota. Esto podría significar que teníamos acceso al almacén. Pero la llave podría ser de cualquier otro lugar y no sernos útil.
Ante su mente volvía a abrirse otro dilema, quizá el último relacionado con este caso. Acudir al muelle en sustitución de los empleados de Jamrach o intentar esperar en el interior del almacén utilizando la llave.

Si crees que Holmes y Watson deben acudir al muelle, pulsa aquí.
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